Por César CuevasPepe por fin había comprado su imprenta, terminado la universidad, publicado la edición número 39 de su revista que era un éxito en el Distrito. No debía a nadie, todos los préstamos fueron saldados, ya no caminaba para buscar clientes, sino los clientes venían e imploraban un espacio en su publicación a cambio de cheques en blanco.
Quincena de diciembre del 2008: tenía que comenzar una vida de opulencia y buenaventura, un cajamarquino de éxito total en la capital, que al principio lo miraba a de reojo y solapamente le decía serrano; ahora podía pasar una navidad digna como lo establece el objetivo de la carta universal de los derechos humanos. Mandó a uno de sus vasallos empresariales a comprar todos los implementos para el nacimiento que, como era de esperar, iba a ser de lujo.
Por otro lado, pensaba que a sus 29 abriles por fin podía terminar la relación con aquella chica que era su enamorada desde ya hace 10 años, la cual valgan verdades más que un buen soporte sentimental, era un simulador de fantasías, las cuales ahora se volverían realidad, porque secretarias y practicantes con muslos blancos exigiendo algo más que cariño, le guiñaban coqueteos a su atormentado rostro.
Cuando el plan estaba a escasos segundos de realizarse, recibió una llamada de su aún enamorada. Era el momento para decirle todos los vituperios y demonios que su alma había guardado en todo este tiempo que tuvo que aguantar sus engreimientos.
- Aló Pepe
- Camuchita, ¿cómo estás? Tenemos que hablar
- Así es amor, no puede esperar hasta mañana. Sabes, no me viene.
- ¡…!
- Dime algo
- ¡Puta madre!
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