lunes, 22 de febrero de 2010

Extractos para dominar a Pizarnik... o el silencio

“La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino”.

Alejandra Pizarnik, la primera poeta de la cual me enamoré. Así como un niño se enamora de su maestra. Así también como el adolescente se enamora de una mujer que nunca tocará su puerta.

Me identifiqué con Alejandra. No sólo por su poesía, sino por toda esa fuerte personalidad disociada. Su timidez, arrancamientos de cólera, todo ello agrupado y reflejado en los lienzos de su poesía.

Nació en 1936, su ensimismado comportamiento, alguno que otro complejo por el acné, su paso por diversos oficios y profesiones como el de periodista, filósofa y pintora, crearon en ella una fuente inagotable de “inspiración” (Entiéndase este término como las ideas unidas al constante trabajo). Desde joven intentó suicidarse reiteradas veces, pero falló. Tal vez porque los barbitúricos y anfetaminas ya estaban acostumbrados a ella, o su cuerpo era renuente a ella como ella lo era con todo el mundo.

Alejandra fue influida por Kafka, Breton, Joyce, Artaud y además por portas latinoamericanos como Octavio Paz, del que fue muy amiga. Su trascendencia en la poseía va más allá de la influencia de poemas feministas o poesía de género como llaman algunos. Sus poemas no eran machos o hembras porque el arte es asexuado, tal vez hermafrodita.

Libros como “Árbol de Diana”, “El infierno musical” o “Extracción de la piedra de la locura”, son los que más destacan en de la poesía dentro de esta parte del mundo que muchos llaman desarrollado. Alejandra, alquimista de la palabra, renegó de su primer frankenstein: “La tierra más ajena”, pero se repuso a medida que aprendía que los poemas publicados ya no eran de ella y que por lo tanto dejarían de atormentarla.

Los poemas que alumbraba Alejandra eran retazos de ella misma que servía en una gran mesa surreal a donde todos y nadie estaba invitado. Cualquiera de sus libros pueden ser leídos en el más breve tiempo, como muchos libros de otros autores, pero los libros de Alejandra se convierten en profundas espirales o toman forma del símbolo infinito a donde siempre, cuando menos lo pensamos ya estamos leyendo por enésima vez el mismo poema y hallando un nuevo significado según el estado de ánimo que nos invade.

La mujer que escribía para no estar sola; para quitarse el peso de las palabras calladas que soportaba en sus hombros, para acallar a las voces que la perseguían (“Y yo sola con mis voces, y tú tanto estás del otro lado que te confundo conmigo”). Escribía para no morirse en ese mismo instante. Lo hacía tal vez para no hacerle daño a los demás, para sentarse a ver cómo un barco se iba mientras la llevaba.

Falleció, o se dejó fallecer a los 36 años, en uno de esos días que descansaba del sanatorio para encerrarse en su departamento. Tal vez los medicamentos que ingirió esa noche desconocían de su organismo, o tal vez aquel día alguien le había alcanzado un seconal sódico especial para el alma. Si alguien sabe algo al respecto, era 25 de setiembre de 1972. (Texto de F.R.)




Fragmentos para dominar al silencio

I

Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.

II

Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellas las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.

III

La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.